Sí. Por increíble que suene y por más vergüenza que me de, es cierto, a mí me pasó; “se me bajaron las paperas”. Tengo pruebas.
Tengo la firme creencia que me diseñaron mal. Que algo pasó cuando estaban haciendo el molde del que salí. El tipo encargado de fabricarlo, cuando iba por la parte de la garganta, se descuidó. Se le cayó algo, o le faltó hacer algo. En últimas, salí mal.
A pesar que me considero una persona sana, la garganta siempre ha sido mi karma. En los paseos del colegio, en la maleta que me ayudaba a hacer mi mamá, o más bien que a veces yo le ayudaba a hacer a ella, nunca faltó el fajo de pastillas de Mebucaína y la botella de color verde de Benzirin que metía en una bolsita mientras me decía: “seguro coges algo por allá, es mejor prevenir”. Dicho y hecho – no se por qué las mamás tienen ese poder más que de videntes, de poder convocar tragedias. Lo que empezaba como una simple molestia, escalaba gradualmente hasta convertirse en un dolor punzante que me obligaba a ir al médico a oír el mismo diagnóstico: la famosa amigdalitis. Antibiótico y a la cama.
Se volvió un rito. Religiosamente, cada 3 meses me sentaba en urgencias a esperar la misma receta. Para empeorar las cosas, no sólo el dolor era cada vez mayor sino que se empezaron a generar abscesos - bolas, llenas de materia bastante desagradables – que me tenían que drenar. Me rociaban disque anestesia para que después disque no sintiera el bisturí que usaban para hacerme un corte en la garganta.
Después de 4 o 5 veces, me decidí operar. Quitarme finalmente las amígdalas con la ingenua pretensión de no volver a enfermarme nunca. Aparte de rescatar el hecho que gracias a los efectos de la anestesia general tuve el coraje de pedirle el celular a la que habría sido mi instrumentadota quirúrgica – por cierto, nunca me lo dio – la operación y el periodo de recuperación no fueron muy divertidos. Sin embargo, ya había salido de eso, no más dolor.
Como si se tratara de vengar por haberme intentado escapar, el karma volvió aún peor. Pocos meses después, el dolor nació y empezó a crecer, la cara se me empezó a hinchar día tras día, el tamaño no era proporcional al cuerpo. Empecé a verme como una caricatura. Mi boca se perdía entre la gran superficie y mis cachetes parecían tener bombas de feria por dentro – los de Kiko se quedaban en pañales. Volví al médico.
¿¡Paperas!? Esa enfermedad se supone que ya no existe, para eso recibí las dosis de la triple viral – sigo buscando que se imparta justicia a la persona que seguro dejó caer al piso alguna dosis y por remplazarla llenó algún otro envase con agüita pensando: “eso seguro no pasa nada”. Quién sabe qué me inyectaron. Casi un mes en reposo total, no podía salir ni nadie podía visitarme. Tenía mi propio set de cubiertos. Con las personas que hablaba me decían que me cuidara, que eso podía ser peligroso. Mi abuela – en su función de mamá convoca-tragedias – dijo: “hijo, no se vaya a mover nada, ni un centímetro, eso si se mueve, se le bajan”.
Casi terminado el mes – ya la inflación estaba cediendo – alegre de mi evolución y entreviendo la luz al final del túnel, me acosté con un dolor leve en la zona abdominal. No le paré muchas bolas – digamos que él a mí sí. Me desperté con un malestar agudo. Como cualquier hombre corriente, me levanté de la cama derecho al baño. Oh sorpresa cuando descubrí que algo no estaba del tamaño acostumbrado. Me paré sin ropa frente al espejo. Preocupado, nervioso, temblando y con los ojos aguados, alcancé a decir en voz alta: “hijueputa… se me bajaron”.
Desesperado y consciente del peso que ahora cargaba, caminé a la máxima velocidad posible de regreso a mi cuarto a esperar por lo que parecieron horas a que el computador se prendiera. Acudí a San Google en busca de conocer exactamente qué me había pasado. Lejos de tranquilidad, la búsqueda aumentó mi preocupación. Expresiones como “atrofia completa”, “disminución de tamaño”, “infarto testicular”, “consiga atención inmediata”, y mi favorita, “infertilidad”, hicieron que mi imaginación volara y empezara a plantear miles de escenarios, ninguno positivo. Pensé que si pudiera devolver el tiempo, hubiera ido a un banco de esos a guardar una parte de mí para poder usarla en el futuro. Tratando de buscar una segunda opinión un poco más positiva, llamé a un amigo versado en el campo de la medicina. El tipo, en medio de mi confesión y sin importarle mi estado anímico, estalló en risa: “vaya rápido al médico”, se limitó a decir. Me quedé pensando en cómo decirle a mi mamá lo que había pasado. Salí del cuarto, caminé – cada vez con mayor dificultad – hasta la cocina: “mamá, necesito que me lleves a urgencias… creo que las paperas se me bajaron”.
Para empeorar las cosas, me tocó una médica chusca. Le conté la historia de las paperas y, con lo poco que había aprendido, intenté poner la situación en términos médicos. Me miró raro, como sabiendo que hacía lo posible para no deshonrarme. Para descartar otras lesiones, estableció que tenía que tomarme una ecografía; acostado, con una bata, ungido con gel frío y con un aparato que se movía y que trasmitía las imágenes que captaba a una pantalla en blanco y negro. Esperando a que me la hicieran, las dos señoras embarazadas que estaban adelante mío en la fila, me preguntaron si esperaba por mi “esposa”. La que llegó con el turno posterior al mío, al verme entrar solo, me miró extrañada.
Salí con la experiencia chuleada de la ecografía directo a un especialista. Entre semanas de fiebre alta, dolor de cabeza, dolor abdominal y un sentimiento de pesadez - de literalmente estar cargando un peso extra en las joyas de la familia - transcurrió la recuperación. Con la excusa de visitarme, “amigos” llegaban a la casa para ver el souvenir de esa ecografía que retrataba mi lado izquierdo unas cuatro veces más grande que la vecina de la derecha. A disfrutar del mal ajeno.
Para los preocupados, todo salió bien. Fue sólo el susto más grande de mi vida. Lo mejor de todo, ya soy inmune, me explicaron que no puede haber segunda vez, que al igual que con la vacuna, es imposible que a uno le vuelvan a dar paperas.
Mation esta buenisimo!!!!!!!!!!!! casi me mata de la risa!!!!!! no sabia que habia tanto drama en la historia.... pero bueno afortundamente san google se equivoco y no paso lo que decia!
ResponderEliminarjajajajaja, menos mal tu no le paraste bolas pero él a ti sí! que buena entrada, que risa!!!
ResponderEliminarCreo que el líquido extraño que te inyectaron en vez de la triple viral explica mucho....
Felicitaciones por esta super entrada!
Está buena la historia.... Por poco y se dañan las joyas de la familia!!
ResponderEliminarJM
jajajajaj "la mondá
ResponderEliminara mi no me gust'o...
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