9 de diciembre de 2010

Del Verde y la Paciencia



Cuando oí el “crack” justo antes de lo que iba a ser el mejor gol de mi vida, grité. No solo del dolor y la rabia, sino también por lo que venía; otra visita a “urgencias” en alguna de las más “prestigiosas” clínicas del país.

Verde, amarillo o rojo. Esas son las tres etiquetas que existen para catalogar a los pacientes que entran por “urgencias”. Uno no puede escoger. Ellos, a ojo, ponen la que les parece. A mi desafortunadamente – no me creyeron la cara de dolor – me pusieron la verde.

Cada color tiene una connotación distinta. Como en un concierto, hay derechos, privilegios y servicios que se pueden obtener dependiendo de la boleta. Verde equivale a gallinero. Hay filas para todo – incluso los baños. Las sillas, cuando hay, son incómodas, no hay servicio personalizado, hay poco espacio y la gente por lo general no sabe que está pasando, se entera por diferido. No importa la pataleta que haga. El atributo de los verdes es tener que ser pacientes, realmente pacientes.

Cuando llega un amarillo o rojo, hay que darle paso. No importa si hay 100 verdes esperando desde hace 3 días, cuando llega uno de ellos – normalmente en limosina con sirena – muestra su pase VIP e inmediatamente le levantan las cadenas para que, por el tapete rojo, pase al frente de la fila. Los verdes, esperando atrás. Como si a cada uno lo sometieran a ese escáner humano popular en las discotecas codiciadas de la ciudad que exige la camisa de cuello y los zapatos de marca para poder entrar.

Ya adentro, me ilusionaron con la rapidez en la toma del pulso, la tensión y el registro en caja: “Menos de 10 minutos y ya he hecho todo esto, seguro me atienden rápido”. Mentira. Todo se fue al piso cuando le pregunté a la señora que atendía en la caja más o menos cuanto faltaba para que me atendieran. Creo que la mayoría sabemos que significa: “Mmm… la verdad no sabría decirle”.

Desalentado, empujé mi silla de ruedas hasta seguir el patrón de las demás que estaban fijas en la sala. En la sala de espera había de todo. Desde la jovencita acompañada por su mamá con tos más falsa que un billete de 3,000, hasta el tipo que llegó con el casco destrozado y golpes comprometedores producto de la caída en su moto en la 85 con circunvalar. Busqué distraerme, dejar a un lado el dolor. El televisor LED trasmitía Animal Planet.  Un especial de 5 episodios en línea de César Millán en el Encantador de Perros. Estoy seguro que ya podría escribir un manual para hacer que su perro deje de morder las pantuflas.

Después de un par de horas, se asomó un doctor recién egresado anunciando mi nombre. Como si se tratara de la última ficha para completar el Bingo, alcé la mano emocionado con una leve sonrisa. Mi hermano, un poco más desesperado por esa combinación entre el humor perruno, la espera y los olores particulares del hospital, me empujó hasta el consultorio 6 donde ya esperaba el Doc. Viendo mi pinta deportiva, un pie inflamado con hielo y, sabiendo que llevaba en pantalla horas resaltado en verde, me preguntó con la displicencia que usa cualquier tendero a medio día: “Cuénteme, ¿en qué le puedo ayudar?” – que descaro. Ahora que lo pienso me hubiese gustado contestarle que había hecho fila para preguntarle por la mamá. En vez, le conté la historia. Me respondió que debía tomarme radiografías para descartar una posible fractura. Pasaron 5 minutos y ya estaba otra vez por fuera del consultorio: “Espere en la sala que ya lo llaman” – que alegría.

Otro episodio. Rex había sido malcriado, estaba acostumbrado a ser el rey de la casa, el líder de la manada. Cualquier cosa que quería – sigo sin entender como hacían los dueños para saber lo que quería – Rex la obtenía. La lista de juguetes en su posesión era – ésta la oí hace poco en el estadio – más larga que peo de culebra. Monumental. La dueña no actuaba con él de manera calmada y acertada. Un caso perdido de no haber sido por el realizador del sueño americano. Menos mal.

Justo en la mitad del siguiente capítulo, cuando mi hermano ya cabeceaba igual que esos perros que se encuentran por lo general en los carros de color amarillo, salió un doctor a llamarme. Este era diferente, un poco más joven. Era el que me tomaría las radiografías. Después de poner mi pie en posiciones poco naturales, me llevó a otro consultorio donde la enfermera entró unos minutos después para ponerme una inyección de Voltaren para aliviarme el dolor. Me pidió que me bajara la pantaloneta y me acostara boca abajo. Sentí un leve pinchazo que dio paso a un flujo constante y espeso parecido a plastilina. El dolor pasó del pie a la nalga derecha. “Listo, espere en la sala que ya lo llaman”. Esta vez me tocó esperar de ladito.

Alcancé a ver el final del episodio. Mostraba un video casero hecho por los dueños de Cookie dándole las gracias al encantador por haberlos educado a tratar al perro como perro. A las tres de la mañana salió el doctor que me atendió la primera vez. Consultorio 5 esta vez. Me dijo que creía que tenía un esguince. Que creía que la radiografía no mostraba nada más.  Sin embargo, no estaba seguro. Que mi lesión la tenía que ver un ortopedista. Para mi sorpresa, no me mandaron de nuevo a la sala de espera. Me mandaron a la casa. Resulta que no había ningún ortopedista de turno, o por lo menos ninguno que pudiera atenderme. Me dieron un papel para que volviera a las nueve de la mañana ese mismo día. Se la fumaron verde.

Me toco repetir el mismo proceso. Entrada, turno, pulso, tensión, admisiones, médico general, especialista. Todo en 3 horas – que eficiencia. Al menos me habían cambiado el programa por Día a Día y Gata Salvaje en Caracol. Salí verde. En definitiva creo que no volveré a “urgencias” a menos que sea amigo del camaján de la entrada y tenga el pase VIP que me ponga al frente de la fila. Ojalá no sea pronto.

2 comentarios:

  1. jajajajajajajaja si así es el sistema de salud chibcha

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  2. jajajaja
    viejo e leído sus escritos y son excelentes.
    Usted sabe como entretener a la gente. Este tema me dio risa, porque me fracturo seguido por una enfermedad y eso que ud dice me pasa siempre. Es mas en las ultimas e preferido aguantar unos días el dolor cómodo en mi casa y llegar luego "descansando" y "sin" mucho dolor encima. Pero así es la salud, y eso que no le cuento todas mis historias porque esto no es nada.
    Saludos y que siga escribiendo tan buenos textos.
    Att: otro hincha de santa fe xD

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