4 de julio de 2013

Del Encanto del Tejo





El reto: combinar en una sola actividad deporte, música popular, comida, amigos, licor y pólvora - sí, de la que estalla y quema - y al mismo tiempo hacerlo ver socialmente correcto.

La solución: Tejo.

Todo buen colombiano, especialmente aquellos naturales del altiplano cundiboyacense, han jugado o conocen qué es el tejo. Sin embargo, estoy seguro que muy pocos se han tomado unos minutos para pensar en su verdadero encanto y auténtica esencia.

No hace mucho, un amigo me contó que por alguno de esos motivos extraños de la vida terminó hablando con un extranjero, tratándole de explicar qué era todo esto del Tejo del que tanto había oído hablar. Me contó que la explicación se convirtió en una faena complicada que al final dejó confusiones y una definición poco clara. No es para menos, explicar cómo se mezclan todos estos elementos, parece difícil. Y lo es. Me di a la tarea de tratar de explicarlo lo más concreto y directo posible y fue más complicado de lo pensado.

En la mayoría de los intentos empezaba a catalogarlo como deporte tal y como lo describe el himno oficial en su primera estrofa:

Orgullosos cantemos al tejo
disciplina y deporte nacional
de esperanza y de fe en nuestra raza
es riqueza de nuestra nación

Mentira. Solamente porque el himno lo diga, sea el deporte nacional, o incluso haya una liga oficial en el país no puede ser clasificado así. Creo que el verdadero criterio para saber si una actividad es o no un deporte es el cobro de la cancha. Para poder practicar fútbol, squash, tenis, o billar es necesario pagar alguna tarifa por la hora de uso del espacio. En tejo no. Las canchas de tejo las prestan gratis. Sí, a cero pesos la hora, siempre y cuando se consuma licor. Y, una actividad donde su única condición para ser gratuita sea el consumo de trago, no puede ser un deporte, el tejo nunca se ha tratado de eso. Estoy seguro que desde su invención por los muiscas hace más de 500 años cuando usaban un disco de oro de 680 gramos, su propósito no fue el de realizar deporte, para eso corrían, cazaban o luchaban. El tejo nació como excusa. Aunque no tenían pólvora - ese “engalle” hay que agradecérselo a los españoles - lo que buscaban era crear una actividad que fuera socialmente aceptada por sus esposas, mientras se bogaban las totumas llenas de chicha entre amigos. Genios. Hoy en día el secreto sigue intacto. Cuando uno le dice a la novia, la esposa o los papás que se va a jugar tejo, todo tranquilo, permiso fácil. En cambio, decir que uno se va a un recinto cerrado, lleno de licor, objetos contundentes volando de un lado a otro impulsados por borrachos y pólvora - faltaría solamente mujeres desnudas repartiendo revólveres gratis - les prometo que el resultado sería distinto.

Al describir el juego, es increíble que exista. Se puede practicar en cualquier momento. Se puede jugar al aire libre o en recinto cerrado, en tierra fría o caliente, de día o de noche, un 15 de junio o por qué no, un 25 de diciembre a las 9 de la mañana después de un señor desayuno en el Cañón del Chicamocha. Pero aún más asombroso es su objetivo, y el hecho que sea considerado legal. Se gana si se explota un papel en forma de triángulo cargado de pólvora, con un pesado disco de metal a 19.5 metros de distancia mientras se bebe cerveza, se canta a máximo volumen los éxitos populares de Jorge Velosa o Giovanny Ayala y se termina de digerir una longaniza y un pernil de gallina. Como si fuera poco, el lanzamiento hay que hacerlo mientras los mismos discos de las demás canchas surcan a menos de un metro a la redonda. Pero, si se logra, no hay mejor sensación al ver cómo se dibuja esa preciosa parábola que solo es superada por el ensordecedor ruido de la pólvora explotando seguido por el "¡mechaaaaaaa!" de los compadres de equipo.

Sin embargo, más allá de ese lanzamiento perfecto, el encanto del tejo sin ninguna duda se debe a todos los elementos que agrupa. Es por el tejo que la frase que durante muchos años no entendí, se materializa: “la suma del todo es mayor a la suma de sus partes”. El tejo sin amigos no tendría sentido, ¿a quién entonces se le celebraría en la cara una moñona en el último tiro para no tener que pagar un petaco que parecía perdido? Sin música, las mechas no sonarían, la celebración no tendría ritmo, el baile del calamar no se hubiera inventado y el ir y venir de un tablero a otro sería aburrido. Sin comida no estaría completo. Perdería la gracia entrar a una cancha de tejo y no recibir esa bofetada característica del olor a pólvora mezclada con fritanga. Sin olvidar que, gracias a ese sano delicatesen, se puede experimentar la magia de ver a través de una servilleta de papel y apreciar la forma como el tejo se desliza con mayor facilidad hacia ese objetivo sonoro del lado contrario. Sin cerveza, no habría cánticos a grito herido, color en las paredes o banderines colgados a lo ancho de la pista. Tampoco habría impulsadoras ni rifas de termos, gorras o premios en efectivo. Pero aún más importante, no habría equilibrio. Alguna vez le pregunté la clave del arte al vecino - no se por qué todos los que están en la cancha son vecinos - que no dejaba de humillar a sus retadores con explosiones constantes. "La cerveza" me respondió. Me explicó que en la mano en la cual no se lleva el tejo es imperativo tener una botella mientras se lanza. "Es la formula del equilibrio perfecto" complementó.

Así entonces, la próxima ocasión que se encuentren charlando con un extranjero de las bellezas y extrañezas de nuestro país, no se olviden del tejo. Indiquen que no se trata de un deporte, ni de amigos, ni de pólvora. Mucho menos de comida, música o cerveza. Se trata de todo eso junto, del secreto de haber cumplido el reto.