29 de agosto de 2010

De Algunos de Mis 32 Elegidos



La tarea de escoger a 32 integrantes que ocupen el refugio de 50 metros cuadrados no es trivial. Hay que respirar, tomar una pausa, recorrer calmadamente la amplia gama de personajes y procurar escoger los que son. Hacer del resguardo uno “ideal”.

El pasado 5 de agosto, aproximadamente a las 2 de la tarde, 800 kilómetros al norte de la capital chilena en mitad del desierto de Atacama, se produjo un hecho impresionante. Como si para el país cercano no hubiese sido castigo suficiente el terremoto de 8.8 en la escala de Richter en febrero pasado, hubo un derrumbe en la mina de oro y cobre San José. 33 trabajadores quedaron atrapados a casi 700 metros de profundidad. Al parecer – de lo que he leído en los diferentes medios - se encuentran en un refugio, una especie de bunker de seguridad, de unos 50 metros cuadrados. El gobierno chileno ha logrado entablar comunicación con ellos para establecer su situación y proporcionarles medicamentos, comida y oxígeno. Ellos, en primera instancia, a través de pequeñas cartas enviadas mediante sondas y después mediante una especie de citófono con línea directa al presidente Sebastián Piñera, expresaron que se encontraban sanos y con ansias de salir y ver la luz natural otra vez. Debido a la naturaleza del derrumbe, del terreno y a la gran profundidad a la que se encuentran, se estima que el rescate podría tomar hasta 4 meses.

Inevitablemente, mientras leía algunas de las noticias relacionadas y los comentarios inspirados por las mismas – usuarios inmersos en debates interminables tratando de responder si el hecho es un milagro o una tragedia – empecé a divagar, me alejé de la esencia y de la seriedad de la noticia hasta el punto donde me pregunté cómo sería vivir 4 meses en sólo 50 metros cuadrados con otras 32 personas. No sólo eso, empecé a pensar, si pudiera escoger, con quién preferiría quedarme encerrado, con quién pasaría un mejor rato, con quién habría menos conflictos, con quién se me pasarían esos 120 días más rápido, con quién no me aburriría.

El Cuentahuesos. Es el primero que se viene a mi mente, seguro lo escogería. De las pocas personas que pueden relatar chistes dogmáticamente funestos y aún así contener la magia suficiente para hacerme reír. Aunque estoy seguro el repertorio no es tan grande como el de José Ordoñez y sus 70 horas seguidas que le dieron el privilegio de ocupar un puesto en el libro Guinness, creo que el “haga así, haga así, este sí es bueno” haría un poco más cortos mis días, no me cansaría de oírlo. Mentiras, tal vez sí. De igual forma, sería innegablemente más aguantable que despertarse 120 mañanas con el melodioso tono del “pre, pre, pre, pregunta”.

Si bien es cierto que los mineros atrapados son todos de género masculino – ¡2,880 horas sin ni siquiera ver una sola mujer! – me daré el permiso de incluir algunos personajes del sexo opuesto. Siguiendo con la tónica de Sábados Felices, me llevaría también a la Gorda Fabiola. Si por alguna razón las sondas del gobierno, que no sólo conectan y comunican el refugio con el mundo exterior sino que tienen la función de abastecer y transportar víveres esenciales, llegaran a fallar, no quiero que haya duda alguna cuando se esté tomando la decisión de qué hacer después.

Para poder conciliar el sueño, llevaría a Amaia Montero. Con su acento, la pondría a que me cantara todas las noches una de sus canciones. Calmaría cualquier tipo de tensión o aspereza que se haya generado durante el día, dándole vía libre a una noche más tranquila y pacífica. Soñaría todos los días con los angelitos.

Traería a Andrés Peñate o a algún otro ex director. No podría permitir que existieran divisiones que originaran peleas entre los 33. Le pediría ayuda a MacGyver en la construcción de una red cerrada y a Ethan Hunt en su instalación – al fin y al cabo, no creo que sea una misión fácil hacerlo en 50 metros cuadrados sin que nadie se dé cuenta – Pediría reportes periódicos para mantener a los integrantes del refugio bajo supervisión voluntaria, inhabilitando la conformación de cualquier tipo de oposición.

Para hacer el tiempo más llevadero y tomando ventaja de la situación, traería una voluptuosa volquetada de modelos –de esos amores a primera vista que se ven en las grandes revistas y amplias pantallas de cine – Inclinaría considerablemente la balanza del equilibrio entre los géneros; que no les quede mucho de dónde escoger, que al menos una se tenga que contentar conmigo, que me utilicen. Megan Fox, Jessica Alba, Eva Longoria, Scarlett Johansson, Angelina Jolie. Nacionales también. La lista podría continuar de manera interminable. Complementaría el grupo con una porrista vestida con el uniforme rojo y blanco.

Pensándolo un poco más juicioso – tengamos en cuenta que son 120 días bajo tierra – trataría de sacarle algo de provecho a ese período. Finalmente, para completar los integrantes, escogería un hábil, paciente y talentoso erudito de los idiomas. Mmm… mejor erudita, no quiero alterar la balanza. Con conocimientos y experiencias enseñando portugués e italiano. Me gustaría pensar, considerando la situación, que le dedicaría al menos 2 horas diarias a instruirme en estos dialectos. 240 horas de clase en total. Suficiente tiempo para salir del refugio y poder dar declaraciones en múltiples idiomas: todo un políglota.

Espero que en ese grupo de 33 mineros haya una gran variedad de personalidades. Que logren, entre todo, poder compartir y reírse la mayoría del tiempo, evitar en lo posible las discordias y conflictos, tal vez sacarle algún tipo de provecho a la situación – quizás escribir un libro con las anécdotas que surjan – que sean ejemplo de convivencia para el resto de la sociedad. Que ridiculicen al reality de Gran Hermano.

Así como hace 2,000 años se dice que Jesús resucitó a sus 33 años, espero que los 33 asciendan a la luz después de 120 días enterrados.

17 de agosto de 2010

De la Primera Historia del Corazón



Frases como: pedir el cuadre, estoy tragado, lo voy a pensar y nos rumbeamos, vienen a mi otra vez.

No sé qué tanto se acuerda la gente de su primer romance, de esa primera persona o de ese primer beso. De ese amorío que despertó del profundo sueño a las inquietas hormonas culpables de estimular tímidamente la curiosidad. Hay algunos que escasamente se ubican en un periodo de tiempo: “Eso debió ser entre los 13 y los 15. Creo que fue en Massai… o fue en Discovery ¡Ah! Mentiras, eso fue después. No sé, la verdad no me acuerdo muy bien”. Hay otros en cambio, que parecen tener un video lleno de detalles que se reproduce cada vez que se les pregunta y automáticamente los transporta a revivir el momento. Saben qué día fue, en qué lugar, el clima que estaba haciendo, y la canción que estaba sonando. Yo creo que soy de estos últimos.

Me acuerdo de todo eso por lo único y extraño que fue; por el cómo, el dónde y el quién. Pero sobre todo, me acuerdo por la sonrisa que no se me borraba – no se me borró durante mucho tiempo - ante la cara, mitad atónita y mitad llena de rabia, del par de amigos que presenciaron el evento en vivo y en directo.

Érase el año 2,000, el comienzo del nuevo siglo. Que gran comienzo. Como parte de un viaje organizado por el colegio, habíamos partido emocionados en el verano hacia el viejo continente sin imaginarnos lo que podríamos encontrar. Alguna universidad de Oxford fue nuestro destino y lugar de asentamiento por los siguientes 30 días. Creo que el objetivo principal del viaje era ir a aprender inglés, creo. Personas de distintas partes del mundo llegaron al mismo campus también. Italianas, de esa nacionalidad había. Estoy seguro que había gente de otros países pero la verdad no me acuerdo muy bien.

Las clases eran de lunes a viernes de 8 a 12 de la mañana. A discreción íbamos cambiando el horario que terminó siendo de 10 a 12. Me acuerdo que nos asignaban la clase y el grupo de acuerdo al nivel de inglés que se había demostrado en el examen de opción múltiple que presentamos apenas llegamos. La estrategia: equivocarnos en algunas, obtener resultados diferentes para diversificarnos entre los grupos disponibles y ampliar las opciones de conocer más gente. Sirvió. No había pasado una semana y ya habíamos aprendido refinadas indecencias en al menos 4 idiomas. Varios ya salían a media noche buscando habitaciones más acogedoras.

Al final de cada semana se actualizaba el léxico, las aspiraciones y las parejas. Algunos se despedían empapados en lagrimas con regalos colgados de las manos, mientras otros esperaban con ansías la renovación, pensando que tal vez en ese nuevo vuelo iba a llegar el verdadero amor de verano. Arribaba un nuevo cargamento a veces de un nuevo país, otras de alguno que ya había estado. Una gran tarde de junio, el renacimiento por fin se dio. Momo y su “senza una donna, no more pain and no sorrow” abrieron paso a la redención. Como diría el amigo Peter Manjarres, me tragué. Una diosa - no era para menos - había descendido al mundo terrenal directamente del Olimpo. Simplemente perfecta.

Haciéndole honor a su nombre, sin importar por donde pasaba, el recinto adquiría una luz sobrenatural, se iluminaba, el cielo se despejaba y los pájaros entonaban sus melodiosos cánticos. Como hipnotizado me quedaba mirando fijamente esos ojos color esmeralda. En los corredores, en el almuerzo, en los recreos, durante cualquier actividad los buscaba. Yo también creo que me miraba. Pero era solo eso. Las piernas me fallaban, dejaba de sentir la lengua, mi boca se secaba y era incapaz de abrirse cada vez que la tenía cerca; era mucho para mí, era de otra liga. Aún así, nos seguíamos mirando.

Como era costumbre, por las noches antes de dormir o de salir a desafiar las mediocres rondas de los guardas, nos reuníamos todos en el cuarto del vecino a hablar de la historia de cada día, de las hazañas de algunos y de las desgracias de otros. Les contaba que ella me miraba. Se reían, se burlaban, no me creían. Me relataron cómo ya había rechazado a varios que con gran valentía habían asumido ese reto que parecía imposible. Me decían que era imposible.

Finalmente ese domingo de resurrección llegó ¿Cómo olvidarlo? 3 fuimos los que salimos del “Q-Zar” esa tarde con rumbo al McDonald’s de la calle más popular de la ciudad. Nos encontraríamos ahí con el resto. Como podíamos pasábamos a través de la calle infestada de gente. El sol brillaba y el cielo estaba completamente despejado. Una mano desconocida me tocó el hombro por atrás, de inmediato interrumpió la animada discusión acerca de cual era la mejor estrategia para triunfar con las pistolas de láser. “Sorry”, dijo una dulce voz que nunca había oído. Me volteé y sin pedir mi aprobación, su cara se acercó a la mía. Me rumbeó. No le tuve que pedir el cuadre y nunca dijo que lo iba a pensar, simplemente me rumbeó. Inexperto en el tema, y dejándome llevar por el momento, me limité únicamente a abrir la boca, mientras que por el impulso generado por la envidia, peniques arrojados por los dos pasmados espectadores golpeaban mi cabeza. No los sentía. El tiempo paró, al mejor estilo de Hollywood, una cámara que captaba hasta el más mínimo detalle giraba en círculos alrededor mío.

Ese momento me enseñó que el primer beso siempre se da con los ojos, que las cosas deben fluir y no ser forzadas, que la iniciativa en la otra persona cautiva, que no existe mejor frase de apertura que “sorry” y que no hay que creerle a los amigos cuando de historias del corazón se trata.

Sé que alguna vez en mi vida la volveré a ver, la tengo que volver a ver. Ojalá así sea.

4 de agosto de 2010

De las Memorias de un Viaje Irreal



¿Vas a ir así? ¿Trasnochado y tomado? No papá, trasnochado y feliz.

Es probable que si un viaje comienza de tal forma un sábado a las 6:15 de la mañana, augure cosas “interesantes”. Más aún si se trata del evento de mitad de año de la oficina, donde no solo asistirán compañeros sino superiores; jefes, gerentes y socios.

Una sola tarea, una única responsabilidad. Simple; llámame, me despierto y nos vamos juntos. 3 fue el saldo de las llamadas perdidas antes de la vencida, no se porque tenía el celular en silencio, raro. Aún así la tarea seguía siendo clara; llámame, me despierto y nos vamos juntos. Quizás por el afán de no demorar la salida, de no ser el último, la tarea dejó de cobrar importancia, el interés del individuo pasó por encima del interés común; “que él quede mal, al cabo que ni me importa”. Moraleja; si tienes vecina no confíes en ella, no sabe que los citófonos existen. Triste, muy triste.

Bendecido por la puntualidad de algunos compañeros y, sobre todo, por la casualidad del festejo de la noche anterior de otros (a ustedes mil gracias y al homenajeado muchos éxitos), mi destino no fue llegar de último. Aunque la llegada a la entrada 4 no fue nada triunfal, no se comparó en lo más mínimo con el hecho del pequeño bus que fue demorado y apartado para llevar a “los que no se pudieron levantar”.

Así pues, empezó el recorrido por las carreteras de nuestro país a través de hermosos paisajes hacia el destino turístico por excelencia del departamento de Boyacá, Villa de Leyva. A pesar de la hora, se vivía un ambiente jovial y burlesco en el pequeño recinto movible cuyos espacios individuales solo alcanzaban para albergar las extremidades de los gigantes. La felicidad mañanera alimentada por la gran expectativa, fue necesariamente interrumpida por la parada a “devolverle el alma al cuerpo”. Un caldo con costilla, un tamal, chocolate, dos gatorades rojos y un helado de chocolate con chips de chocolate de San Jerónimo cumplieron con la labor.

Finalmente, después de atravesar las benévolas curvas que conducen al gran pueblo de Samacá, llegamos a nuestro primer destino: cascada El Hayal. Un lugar mágico donde por largo tiempo ha convivido el árido desierto y el agua. Una gruta de 150 metros con caídas interminables de agua, vigilada eternamente por alguno de nuestros ancestros que no logró desprenderse de su belleza. Un lugar místico que inclusive se apiadó de sus invitados y alivió por algún momento sus dolencias. La caminata para estar cerca a ella no es fácil, como si se hiciera la difícil, te reta. Ahora me arrepiento de hacer caso omiso a ese correo de segundo de primaria que exigía llevar mudas, ropa que pudiera ensuciar y tenis cómodos y con agarre.

Unos minutos después me regalaron la oportunidad de caminar por un sendero de pocos metros de ancho bordeado a ambos lados por desafiantes acantilados de al menos 60 metros de altura. El camino cada vez se hace más angosto hasta llegar al punto denominado como el Paso del Ángel; ancho de unos 40 cm que siembra la duda de continuar hasta en el más valiente. Esta vez, probablemente inspirados por la grandeza del lugar, la mayoría asumieron el desafío.

Agotado, quizás por las mezcla entre las actividades y las pocas horas de sueño, partimos al núcleo de inspiración de la discusión del huevo y el paso del avestruz. El primero, altercado al mejor estilo de la señorita Guainía con su “cartagening in Hilton” o de la señorita Antioquia con su “mujer a hombre, del mismo modo en el sentido contrario” que dejó en tela de juicio la calidad de la educación impartida en los primeros grados. El segundo, movimiento elegante, refinado y rebosante en ritmo que sería ejecutado a altas horas de la noche. Acá, sabores de animales exóticos se encargaron de estimular cuidadosamente los sentidos y proporcionar un excelente adiós a los que partieron de vuelta a la capital.

Después de chequearnos en el acogedor hotel de la plaza mayor, darme un merecido baño y del shopping realizado en los alrededores, continuamos con la cata de la amplia gastronomía local cultivada por decenas de extranjeros que al igual que el indio en la cascada, se enamoraron de la belleza de la zona rehusando volver a sus lugares de origen. La velada fluyó llena de risas, cuentos e historias inverosímiles de tenis de mesa acompañadas por grandes clásicos del rock en inglés interpretados por un poliglota de la música, que al mejor estilo de Glee, el grupo seguía.

Los grandes clásicos del rock fueron tal vez la razón por la cual decidimos partir. Carole King con su “You’ve Got a Friend”, claramente no era el combustible apropiado para la ocasión. Mr Coquí (especie de rana endémica y símbolo nacional de Puerto Rico) fue el perfecto albergue para patrocinar momentos más “activos” durante las siguientes horas. Bajo la batuta de 11 líderes con mágica actitud embotellada, patrocinados además por los grandes clásicos de mi primera miniteca, saltaron a la pista los mejores pasos del grupo. Euforia que desfilaba entre nuevos y antiguos sin distinción, desató equilibrios de botella, pasos de conejo, garotas. Cómo no olvidar aquel hombre murciélago perseguido por su inconfundible Gatúbela. Uno a uno, gastados por el festín fueron retornando a los aposentos. Los que quedamos, sin nada que envidiar al grupo insignia de la rumba catalana, presentamos nuestra propia versión de serenata personalizada, que, desafortunadamente pasó inadvertida para el festejado y homónimo de la canción repetida varias veces.

Afectado un integrante de la morada que compartía por algún espíritu maligno, cordero y agua bendita se combinaron para realizar la acción sobrenatural de la expulsión de ese ente siniestro invasor de cuerpos. Al él, mis mas sinceros agradecimientos; no todo desplazamiento forzado es negativo. Gracias.

Amanecí feliz. Desayuné. Sobraron unos cuantos batimóviles que utilizamos para patrullar la zona húmeda aledaña como preludio a la partida. Nos embarcamos de vuelta a la vida real, no sin antes presenciar lo que le dio ese gran final a tan recordado evento; un show de mimos, con uno que otro corresponsal atravesado.

Así fue. Un evento “interesante”, anécdotas que seguro perdurarán por largo tiempo, donde personajes que pensé sólo existían en las tiras cómicas o en la televisión, encarnaron y fueron más reales que nunca; paseo de animales, superhéroes, bailarines, mimos, gigantes, líderes y poseídos.